El Mundo | 5.3.15
Con el avance del autodenominado Estado Islámico se ha vuelto a cumplir la máxima de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". Estados Unidos e Irán, rivales desde la revolución islámica de 1979, mueven sus fichas en suelo iraquí con un objetivo inmediato común: librarse de los yihadistas que controlan un tercio de su territorio y amenazan con convertir en permanente la imagen de un país partido en sectas. Washington, blanco del incendiario discurso que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ofreció el martes en el Congreso estadounidense, ha aceptado cooperar con Bagdad a pesar de la enorme influencia que Teherán ejerce sobre sus círculos de poder y las milicias chiíes y de su cada vez más decisiva participación en la guerra contra las huestes del califato. La ofensiva lanzada el domingo para recuperar Tikrit –ciudad natal de Sadam Husein y feudo del IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés)– es la última muestra de la presencia de los ayatolás en el campo de batalla.
Testigos citados por Reuters han visto dirigir las operaciones a un iraní que desde hace meses lleva las riendas de la respuesta iraquí al IS: el general Qasim Suleimani, líder de la fuerza de élite Quds, encargada de las operaciones en el extranjero de los Guardianes de la Revolución. El militar apareció hace unos días encaramado a una colina de Albu Rayash, un pueblo a 55 kilómetros al este de Tikrit, señalando hacia el horizonte mientras departía con dos temidos aliados: Abu al Mahdi y Hadi al Amiri, cabecillas de las milicias chiíes "Hashid Shaabi" (Movilización popular, en árabe) y Organización Badr respectivamente. La campaña militar -el enésimo intento de hacerse con el control de Tikrit- ha dado ya sus primeros frutos. Según declaró ayer un portavoz de "Hashid Shaabi", las embestidas han obligado a los combatientes del IS a replegarse y Bagdad ha recobrado el control de una carretera en la ruta hacia la urbe.
En las operaciones participan alrededor de 30.000 efectivos, entre miembros del ejército iraquí y de las milicias que rinden pleitesía a Irán, pero no hay rastro de EEUU. La coalición internacional permanece al margen y bombardea otros frentes, con especial atención a las fronteras del califato con la región autónoma del Kurdistán iraquí, socio de Washington. En Tikrit, de momento, el Pentágono se milita a observar. "Contamos con unos servicios de inteligencia muy buenos e imágenes aéreas precisas. Así que la actividad en Tikrir no ha sido ninguna sorpresa", reconoció a principios de semana el jefe del Comando Central de EEUU, el general Lloyd Austin.
La administración Obama está al tanto de los movimientos de Teherán en suelo iraquí y de su crecimiento. El pasado diciembre cazas F-4 Phantom II, similares a los empleados por la fuerza aérea iraní, descargaron su plomo sobre enclaves del IS en la provincia de Diyala, en el este de Irak. La república de los ayatolás fue además el primer país en proporcionar armas a los "peshmergas" (tropas kurdas) cuando litigaban contra el fantasma yihadista con un arsenal anticuado y escaso. En Bagdad, donde han aterrizado también miembros de la milicia chií libanesa Hizbulá, la lluvia de armamento ha resultado aún más generosa.
"Irán está profundamente preocupado por el avance del IS. Es una amenaza para el gobierno chií de Irak y para la conservación de los santuarios sagrados del chiísmo en Kerbala o Nayaf, en el sur de Irak. Los de Samarra, al norte de Bagdad, ya han sido profanados. Pero una cosa está clara: no estaría interviniendo directamente si no hubiera sido invitado a hacerlo", señala a El Mundo el estadounidense William Beeman, profesor de Antropología de la Universidad de Minnesota y reputado experto en Irán. "Iran y EEUU -agrega el académico- están cooperando en Irak aunque no puedan admitirlo. No sería extraño que mantuvieran conversaciones discretas sobre este asunto". A ambos les separan, sin embargo, sus alianzas y las amplias reservas que el deshielo suscita entre sus sectores más recalcitrantes. "Los líderes estadounidenses e iraníes se enfrentarían a graves y airadas reacciones internas si se hiciera pública esa coordinación", apunta Beeman. En el lado iraní pesa el hondo antiamericanismo de las milicias chiíes iraquíes, que culpan a Washington y sus aliados de haber forjado el IS. En la orilla estadounidense, la repulsa procede de republicanos y socios como Arabia Saudí, el polo del poder suní en la región alarmado por el dominio iraní en Yemen, Siria, Líbano e Irak.
Precisamente la batalla de Tikrit puede ahondar más si cabe las tensiones sectarias que desangran Irak y herir el plan para liberar Mosul que EEUU diseña junto a tropas kurdas, algunas tribus suníes contrarias a la organización de Abu Bakr al Bagdadi y el ejército iraquí. Con intereses opuestos en la vecina Siria y objetivos dispares a largo plazo en Irak, la diplomacia de ambos países anunció ayer que reanudarán las negociaciones sobre el programa nuclear iraní el próximo 15 de marzo en Ginebra. "El hecho de que estén cooperando contra el mismo enemigo permitirá que cada lado pueda mirarse más favorablemente y aumentar así su confianza en esas conversaciones", concluye Beeman.