A.B | 14.12.15
Un viejo refrán árabe reza “Wa ‘adat Halima ila ‘adatiha al qadima”, lo que, traducido al castellano, viene a decir que “Halima” (Halim, para el varón) vuelve a sus viejas costumbres. La misma composición del refrán nos recuerda lo altamente machistas que somos los marroquíes, pues da por sentado que sólo Halima, y no Halim, es la que vuelve a las andadas, generalmente negativas.Pues bien, en una reciente visita a nuestro consulado de Barcelona
he tenido la grata sorpresa de constatar que el servicio de atención al visitante ha mejorado un montón. Las tres o cuatro personas en el mostrador de información, a la entrada, lucen sonrisas y atienden con esmerada educación y eficacia. Los muros, más limpios ¡por fin!, sin las huellas de los zapatos de los visitantes plasmadas en ellos. Tanto los empleados como los usuarios han empezado a darse cuenta de que debían cambiar de comportamiento para satisfacción de todos. Y ahí que me animo a entrar a la sala de espera, donde las ventanillas, con megafonía más potente que la necesaria para una estancia relativamente pequeña, parecen despachar con más que aceptable rapidez. A excepción de una, la número 1.
¡Dios mío!, la fatalidad quiso que la empleada de esa ventanilla fuera precisamente una mujer llamada ¡Halima! Esta persona dio al traste con mi optimismo cuando nos dejó, a mí y a dos mujeres que me acompañaban, más de siete minutos frente a la ventanilla, sin levantar la vista de su ordenador y ni tan siquiera responder a nuestro sincero “Buenos días, señora”. No parecía estar ocupada en nada. Cuando ella misma juzgó que esa prueba de nervios a la que nos sometía podía terminar en deflagración, levantó la vista, inquisidora, con el ceño fruncido y una cara de pocos, poquísimos amigos. Alargó una mano para recoger los documentos que una de mis acompañantes trataba de entregarle, como quien dice: "¿qué diablos queréis?" La más joven de mis acompañantes le dijo, tímidamente, casi cohibida, que quería inscribirse en el consulado. La funcionaria le devolvió entonces los documentos, sin siquiera haberlos ojeado, diciéndole que volviera con el dossier completo. –¡Si el dossier está completo, señora, véalo por lo menos!–, llegó a decir mi joven acompañante. –¿Y por qué gritas?–, suelta la funcionaria a viva voz, provocando que la afluencia que se encontraba en la sala se volviera hacia nosotros.
Fue en ese preciso momento cuando comprendí la filosofía del refrán: ”Halima vuelve a sus viejas costumbres”. Además, caprichos del destino, coincidían el nombre y el hecho y, cómo no, el consulado.
Decidí retirarme de la ventanilla e ir a ver al cónsul, en la planta superior. Me recibió una amabilísima señora, su secretaria, a la que conté el caso. Cuando le dije que se trataba de la ventanilla nº 1, no pudo reprimirse y soltó un agobiado "¿Otra vez?" que confirma, punto por punto, que Halima vuelve a las andadas. Cogió el teléfono y la llamó por su nombre, que hasta aquel entonces yo desconocía.
Huelga decir que a mi vuelta a la ventanilla mi joven acompañante ya tenía en manos su certificado de inscripción consular, gratuitamente además. Me explicó más tarde que después de recibir la llamada telefónica, la funcionaria cambió radicalmente el trato, como cambia de color un camaleón. Fue más “positifa”, como diría el antiguo entrenador del Barcelona, Van Gaal.
Al Sr. Cónsul le diré dos cosas, sin ningún ánimo destructivo:
1º: Mi queja y el desesperante ¿Otra vez? de su secretaria deberían animarle a encontrarle otra ocupación a Halima, lejos de los usuarios del consulado.
2º: Que la barrera de exclusión que tiene ante su despacho ya es caduca y no la utiliza ni el propio embajador. Quítela, por favor, y conténtese con un cartel pegado a su despacho que indique su calidad de Cónsul. Le dará más valor a Vd. y la representación consular que dirige.