El Periódico | 19.1.15
La escritora regresa a la ciudad en la que se crio una semana después de los atentados de París. Allí se reencuentra con antiguos conocidos, habla con líderes de la comunidad y toma el pulso a unas gentes que aportan matices y enmiendas al retrato que a menudo se dibuja de ellos.
Najat el Hachmi regresó el martes a Vic
Hace tiempo que el islam y yo vamos por caminos diferentes, que la religión no tiene ninguna importancia en mi vida, pero estos días veo removida esta parcela de mi identidad por los hechos de París. Aunque desde muchos frentes se insta a la opinión pública a no vincular islam con terrorismo, por todas partes escucho y leo teorías que pretenden dar un sentido a las matanzas sacando viejos temas, ya tópicos, de la incompatibilidad de los valores occidentales con los orientales (aún hoy está vigente esta división), del fracaso del multiculturalismo, de la marginación de las segundas y terceras generaciones como origen del odio y un largo etcétera. Todas son formas de tratar de encontrar una razón a lo que es absurdo, el hecho de que una persona decida matar a otra, pero me veo en la necesidad de volver a mi origen para contrastar estas lecturas, no sea que en el tiempo que ha pasado desde que era musulmana las cosas hayan cambiado tanto que ya no sea como yo las viví.
Mi origen musulmán no está en el pueblo de Nador donde nací, está en Vic, la ciudad donde me descubrí en esta religión y donde quise saber en qué consistía exactamente, el lugar donde fui practicante más tiempo. Mi segundo origen, de hecho.
Tenemos suerte y es un día sin niebla, con una temperatura razonable de tres grados. Es día de mercado y decido pasearme. Entre gritos de "a un euro" siento conversaciones en las diferentes lenguas de la ciudad: catalán, castellano, amazig del Rif, un poco de árabe, y alguna otra africana que no conozco. Me llama la atención ver a una chica con niqab, que es algo que no había visto nunca aquí, y a algunas marroquís con pañuelos que les tapan las mejillas haciendo un efecto extraño. Otras lo llevan en diversas capas y la cabeza parece mucho más grande de lo que es. También veo que las hay que llevan una especie de capa-pañuelo que les cubre la cabeza, la espalda y los brazos y les llega hasta la cintura. Otras van vestidas sin ningún elemento que haga pensar que son musulmanas, eso que llamamos a la occidental.
Me encuentro a una amiga de hace años que no encaja ni por fenotipo ni por vestimenta en la idea estereotipada que hemos construido entre todos de lo que es una mujer de familia marroquí. Ni cabellos rizados ni enormes ojos. Me saluda afectuosa pero cuando le propongo recoger sus opiniones para este escrito me dice que no, que lo que más valora en su vida es precisamente pasar desapercibida. Ella se considera musulmana, es practicante, pero dice que lo que han hecho en París no tiene nada que ver. Le planteo la duda que tengo sobre la idea de comunidad, el hecho de que exista una comunidad musulmana a la que muchos piden estos días que se pronuncie con contundencia contra los ataques. Le digo que yo creo que no existe tal cosa. "Yo creo que sí –dice ella–. Si eres musulmán y te encuentras con otro musulmán te une alguna cosa, por muy diferentes que sean, hay algo".
Ante nosotras pasa un grupo de chicas con pañuelos llevados de distintas maneras y le explico mi sorpresa ante el cambio que he detectado en las formas de vestir de las mujeres. ¿Es un signo de que la gente se ha vuelto más religiosa? "Son modas –me dice–, se pone de moda ir de una manera y todas van iguales, pero tiene poco que ver con la religión". La dejo y le explico mi intención de ir a las mezquitas, una cosa que nunca antes había hecho. "Yo tampoco he ido nunca y no sé por qué, la verdad. Mira que rezo y todo, pero a la mezquita nunca me he acercado".
El sueño imposible
Me encuentro con un chico que no reconozco enseguida, pero él a mí sí. Es de los que llegaron cuando trabajaba como mediadora y lo recuerdo porque al cabo de pocos meses de estar aquí, como tantos otros, ya hablaba un catalán bien osonense y se conocía la ciudad como si hubiera vivido toda la vida. No tarda en llegar su madre, también, que querría vivir en Barcelona. Para muchos vigatanos inmigrantes Barcelona es como el sueño imposible, por ser imposibles los alquileres y difíciles de encontrar los trabajos. Las familias que han podido marchar son las que llevaban más tiempo, que habiendo obtenido la nacionalidad han vuelto a emigrar a otros países de Europa. Los que llevan menos tiempo no pueden ni volver atrás ni ir hacia delante porque los papeles que tienen solo les sirven para España. Me dice que no le gusta la sensación de ser observada, de que todo el mundo esté pendiente de lo que haga o deje de hacer. Le pregunto por los atentados y me dice que los que hicieron eso no son musulmanes. Y que no entiende por qué se pide a los musulmanes que den explicaciones sobre los actos de unas personas que no tienen nada que ver con el islam. "¿Tú crees posible que un musulmán pueda matar a otro musulmán?".
Se va y me quedo con su hijo, a quien se le transforma el rostro alegre en un rictus que mezcla tristeza, frustración, rabia e impotencia. Me habla en catalán pero de vez en cuando inserta alguna palabra o frase en rifeño. Esta mezcla de mis dos lenguas maternas es de las cosas que más echo de menos de aquí. "Iwa, tú creus que un musulmà pot fer aixó? Això no ho ha fet cap musulmà". Él tampoco quiere que lo cite, no por pasar desapercibido sino porque trabaja en un comercio de la ciudad y no quiere que sus ideas perjudiquen a su puesto de trabajo. "Aquí la gente es muy dura y estás integrado hasta que te pones la chilaba". Y vuelve al tema: "En ninguna parte dice que tengas que ser terrorista, en ningún lugar pone que para ser musulmán tengas que ser terrorista, no sabemos quién hay detrás de esos actos". Noto que insinúa la existencia de una conspiración que tendría como objetivo restringir los derechos de los musulmanes en Europa. Y los imanes, le digo, ¿qué poder tienen los imanes? "Un imán no tiene ningún poder, la gente lo pone y si no les gusta lo que dice, lo sacan ellos mismos. Ahora todos dicen que son Charlie, pues yo no digo que soy Charlie porque tampoco está bien que denigren al Mensajero como lo hicieron. Soy de un grupo de Facebook que se llama Jo no sóc Charlie. Y además, ¿por qué estos muertos duelen más que todos los de Gaza? ¿Qué hacía Netanyahu en la manifestación después de todo lo que ha hecho Israel allá? ¿Por qué no se ha manifestado nadie contra eso?". Lo considera una provocación. Me insta a visitar el grupo de Facebook Je ne suis pas Charlie, que ya cuenta con 35.000 me gusta y que recoge la opinión de musulmanes y no musulmanes que están en contra del terrorismo pero que se han sentido ofendidos por las caricaturas de Mahoma. Le pregunto si va a la mezquita. "No, la verdad, voy muy poco. Me estoy preparando para entrar en la universidad".
Debut en la mezquita
En Vic hay dos mezquitas bien diferenciadas: la primera, la de la calle de Sant Pere, más bien pequeña, y la segunda, con más capacidad, en la calle de Sant Francesc, en La Calla, mi calle de toda la vida. Me dirijo hacia la segunda sin poder darme respuesta a la pregunta de cómo es que nunca fui. No hay ningún motivo concreto; en general las mujeres no se suelen relacionar con hombres que no sean familiares o conocidos cercanos, no es pertinente y supongo que aún arrastro esta faceta de la educación que recibí. El edificio es una antigua fábrica de curtidos que los hermanos Tenes vendieron a los musulmanes cuando fueron obligados a irse a un polígono industrial. En aquel momento hubo en el barrio una gran movilización contra la apertura de la mezquita y para nosotros fue durísimo descubrir que nuestros vecinos de toda la vida, aquellos que nos decían "vosaltres ja sou d’aquí", se manifestaran con contundencia contra el hecho de que nuestras familias quisieran tener un lugar donde rezar en el barrio. Pese a las protestas, la mezquita se abrió y lleva muchos años funcionando sin que haya provocado nunca ningún problema.
Entro por la parte de atrás, que es donde están las oficinas de la asociación y del imán, un patio donde jugaba de pequeña rodeada de pieles pestilentes y operarios con botas hasta las rodillas. Hay hombres más o menos de la edad de mi padre sentados hablando a la espera que sea la hora de la oración. Son ya mayores, y al contrario de lo que piensa mucha gente, no han vuelto a Nador porque tienen la familia aquí. Percibo su expresión de sorpresa al verme entrar, pero no dicen nada. En las oficinas pregunto a un par de hombres con barbas si puedo hablar con el imán. El imán no sabe hablar, me contestan, apenas hace un mes que está aquí. Pero si yo hablo amazig, les replico. No, pero no es con él con quien tienes que hablar, sino con el presidente (de la asociación). Les pregunto quién elige al imán y me dicen que el presidente, y les pregunto quién elige al presidente y me contestan que la comunidad. Me dan su teléfono para que quede con él. Ahora está trabajando. Mientras van llegando hombres que rezan y se van, a mí esta mezquita me recuerda a la que había en nuestro pueblo de Marruecos, un lugar donde rezar, entretenerse hablando por el camino, que se llenaba por Ramadán y en días señalados, pero no los días de cada día.
Me lo confirma Abdelhamid Gaddour, con quien hablo por teléfono. Abdelhamid es un musulmán de referencia en Vic. Fue de los primeros en moverse por la comunidad. Lleva el Centro Islámico de la mezquita de la calle de Sant Pere y compagina su trabajo en un taller de bolsos de piel donde lo voy a ver con una intensa actividad por las tardes relacionada con el Centro. Él y Jamal El Meziani siempre han hecho un poco de puentes, participan como entidad en la vida de la ciudad y, sin ir más lejos, el viernes pasado publicaron un comunicado en El 9 Nou en contra los atentados.
El vídeo de la conspiración
Abdelhamid es de los que piensan el islam, lo estudian y procuran ser consecuentes con lo que interpretan que es. Su barba larga seguro que le debe de haber causado más de un problema, pero es un hombre íntegro a quien caracteriza la voluntad de diálogo y de conocimiento del otro. Me consta que ha servido de referente a muchos chavales perdidos, hijos de inmigrantes, pero también es cierto que el nombre de fieles que asisten al centro de la calle de Sant Pere es mucho menor que el del centro de La Calla. Alguno me lo niega, pero la lengua debe de tener algo que ver, los primeros son árabes y los segundos, mayoritariamente amazigs. Por eso la idea de una comunidad única, organizada y encabezada por un imán poderoso se desmonta con solo pisar los oratorios. Hay dos tipos de mezquitas, me explica: las que hacen actividades y las que solo sirven para rezar. No es preciso que le pregunte cuál de las dos es la suya. Me insta a pasar por su casa después del trabajo.
Al salir del taller me encuentro con el marido de una amiga con quien trabajé hace tiempo. Me saluda muy amable y no tarda en enseñarme fotos de los niños, que han crecido mucho. Le cambia del todo la expresión cuando nombro los atentados de París. Quiero preguntarle si hay una relación entre gente que se vuelve muy religiosa y terrorismo, pero no podemos llegar nunca porque, muy cabreado, me dice que le explique primero de quién han sido obra los atentados, quién hay detrás de todo eso. "Un musulmán no mata".
Me cuenta, él sí, la teoría de la conspiración y para demostrármela me enseña en su móvil un vídeo que dice que ha sido retirado de Youtube no sé cuántas veces. En él un hombre enumera en francés los puntos que hacen dudar sobre la veracidad de los atentados, como el hecho de que sean 10 años después de la publicación de las caricaturas, que al salir de la redacción los asesinos no tuvieran ni una gota de sangre en la ropa ni los zapatos o que la prensa llegara al lugar de los hechos mucho antes que la policía. También que Hollande se presentara 55 minutos después sin miedo a que le pasara cualquier cosa. "¿Qué terrorista se deja el carné de identidad en el coche?". Le pido citarle y, aunque duda un poco, me dice que no, que tiene tres hijos y que no quiere que le pase nada. "La libertad de expresión es para ellos, si nosotros decimos algo nos ponen en la lista de terroristas". Le pregunto si nota más rechazo hacia los musulmanes en un lugar como Vic y me dice que no, que ni él ni su mujer han sufrido nunca discriminación, y eso que la esposa lleva pañuelo. "La gente tiene otros problemas; antes sí, antes había rechazo, pero con la crisis todo el mundo está preocupado por otras cosas, por pagar las facturas". Le pregunto si cree que hay quien se aferra más a la religión con la crisis, si afecta más a los inmigrantes. "Ya sé adónde quieres ir a parar –me dice–, pero te equivocas si piensas que la crisis convierte a la gente en terroristas, eso no es así". Insiste en separar a los terroristas de los musulmanes. "No tienen ningún sentido pensar que porque los otros no viven la religión como tú tienes que ir a matarlos. Cada uno vive la religión a su manera y eso no es un problema. Yo tengo siete hermanos y tres de ellos no creen en nada, en ningún Dios, ¿qué hay que hacer, matarlos? Hay que diferenciar entre islam y musulmanes. En el islam no hay lugar para el asesinato". E insiste en decirme que los atentados no son obra de musulmanes.
Volvemos al centro de Vic por el paseo de la Generalitat pasando el aparcamiento que ocupa el antiguo cuartel de la Guardia Civil donde otro atentado marcó a los vecinos del barrio por siempre jamás y donde con una placa ridícula se rinde homenaje a las víctimas. Un grupo de mujeres con pañuelos caminan aprisa todas juntas y van charlando. Son las tres, han dejado a los niños en la escuela y seguramente se dirigen a algún curso. Cuando estoy cerca de ellas descubro que son rifeñas y hablan del mismo tema. "Les duelen mucho sus muertos, cuatro judíos no duelen lo mismo que todos los niños de Gaza".
Cae la tarde ya cuando vamos a casa de Abdelhamid y Mina Hernández, su mujer. Me emociono aún más al ver a su madre, a quien no creía viva, sentada delante de la chimenea. Cuando tenía 11 o 12 años viví una intensa necesidad de conocer la religión de mis padres, pero ni en casa ni en la escuela nadie aportó ninguna información sobre el tema. Mina era vecina nuestra y se estaba convirtiendo al islam justo en aquel momento. Iba a menudo a mi casa y lo que ella aprendía me lo enseñaba a mí. No sé si es el recuerdo de aquellos tiempos, la chimenea o la cálida voz de Mina, pero por primera vez en todo el día me siento un poco como en casa.
"El terrorista es gente débil"
Hablamos de los niños, de cómo crecen y de los problemas que traen cuando se van haciendo mayores. Abdelhamid y ella tienen tres, la mayor ha estudiado Filología catalana y ahora hace un máster para ser profesora de secundaria. Me explica las dificultades que les ha comportado ser catalanes y musulmanes sin más. "Mis hijos no han sido nunca inmigrantes, pero nos han gritado más de una vez como si lo fuéramos". La hija tiene que explicar que su lengua materna es el catalán y cómo eso cuesta de percibir en alguien que lleva pañuelo. La misma Mina tiene que aguantar comentarios islamófobos porque al llevar pañuelo la gente da por sentado que o es sorda o no entiende la lengua. "Si hiciera caso, me estaría peleando a cada paso, lo mejor es aprender a pasar".
Cuando llega Abdelhamid seguimos hablando y una de las cosas que parecen claras es la falta de formación de los hijos de los inmigrantes. "No conocen ni su propia religión, se mezclan costumbres con ideas erróneas sobre qué es el islam". A la pregunta de si no sería necesaria una formación religiosa en las escuelas, Mina se apresura a contestarme que a ella no le parecería bien. "La escuela debe ser la escuela y la religión debe transmitirla la familia". Me pregunto qué familia les enseñó islam a los hermanos Kouachi, huérfanos tutelados por el mismo Estado francés desde pequeños.
Le pregunto por la idea de comunidad y Mina me dice que no hay una sola comunidad musulmana porque cada uno vive la religión de una manera diferente. Abdelhamid me habla de imanes y de la forma de ser elegidos. "La mayoría de imanes tiene un discurso muy limitado". ¿Y eso cómo se debe regular? Me explica que se intenta hacer desde el Consejo Islámico, pero muchos oratorios y muchos musulmanes no se sienten identificados. "No es una organización jerarquizada, no hay un Papa musulmán". De todas maneras, les digo, no conocer tus orígenes no te hace propenso a ser terrorista.
Mina se explica con aquella claridad que me hipnotizaba cuando iba a su casa: "La gente que se hace terrorista es gente que está perdida, gente de carácter débil que es fácil de manipular. Lo que ya no sé es quién los manipula y con qué objetivo, eso no lo sé". Abdelhamid aún añade: "Hay gente con el corazón lleno de odio y eso es lo primero que no les permite ser buenos musulmanes; para ser un buen musulmán lo primero es tener el corazón limpio y abierto a todo el mundo". Mientras hablamos, en el televisor parpadea un 3/24 enmudecido y aparece la portada del siguiente Charlie Hebdo. Mina dice que no le parece bien que se hagan caricaturas de figuras religiosas, no la simple representación del profeta Mahoma, sino ponerlo en situaciones denigrantes. "No por censurar, no se debe censurar, pero las caricaturas eran para hacer daño y sabían que hacían daño. Esta portada, por ejemplo, a mí no me resulta ofensiva".
A Abdelhamid, con una formación religiosa muy sólida, le pregunto por el nombrado Estado Islámico. "No sé qué es eso, no sé quién hay detrás. Alguien que sale vestido de negro y con los bigotes sin arreglar, ¿cómo puede ser representante de nada? Para ser sunna, para seguir la sunna [código de comportamiento] tal como toca, alguien que preside la oración debe salir vestido de blanco, con turbante blanco el viernes y con los bigotes arreglados". Se refiere a Abu-Bakr Al-Baghdadi, autoproclamado califa del nombrado Estado Islámico.
Con Mina hablamos de las mujeres y su indumentaria y me explica que son modas. "En la convivencia con la persona es cuando ves si es o no religiosa, lo que lleva puesto no es más que envoltorio. Hace un tiempo se ponían el pañuelo como un turbante con los pendientes fuera, ahora lo llevan medio tapándose la cara, pero no quiere decir nada, ni para unos ni para otros". Dice que no sabe si creerse la teoría de la conspiración, que si se sabe será cuando ella ya no esté, pero me repite la que parecía la frase del día: "Lo que es cierto es que no duelen lo mismo las muertes de unos que las de otros".
Junto a Mina y Abdelhamid he podido recordar el islam que me sirvió de refugio un tiempo, por los valores que me transmitieron y que también intentaban transmitirnos en casa: la compasión por el sufrimiento del otro, la misericordia, la clemencia, el sentido de la justicia. Y he recordado al padre musulmán de una alumna a quien se le propuso llevar a los hijos a una concertada de Vic y que ante el aviso de que la escuela era religiosa dijo: "No existe religión que enseñe cosas malas".