Más libertad, por favor ...




  Recurrir al asilo político como manera de esquivar una fuerte condena privativa de libertad era, hasta hace pocos años, la última y penosa solución para algunos marroquíes que se veían amenazados si no ponían tierra de por medio, abandonando país, familia, amigos y todo lo que se ama. La era Dris Basri fue el máximo exponente de esta situación, que fue en aumento desde que se instauraran las tristemente famosas “Widadias” –Amicales de trabajadores emigrantes marroquíes en el extranjero- dirigidas por energúmenos, la mayoría analfabetos, de escasa consciencia y demasiada ambición que, para afianzarse en la nada honorable tarea (que les aseguraba prebendas y tratamiento exquisito y ventajoso dentro y fuera del país)  no dudaban en lanzar su dedo acusador hacia cualquiera que en el descuido de una charla banal de café, dijera o incluso insinuara alguna palabra que la mente obtusa del jefe de la “widadía” interpretara como ofensiva al régimen. Para afianzar su dominio, el jefecillo tejía una amplia red  que cubría todo el territorio para señalarle a cualquier “enemigo de la integridad nacional”. Enemistarse con el imbécil de turno podía acarrear consecuencias que uno podría lamentar durante toda su visa. Muchos jóvenes temperamentales han tenido que prescindir de sus vacaciones estivales para no ser detenidos a su entrada por un puesto fronterizo, por miedo a que el jefe de la “widadía”  les haya denunciado por cualquier lapsus en que hubieran caído. Inexplicablemente, aun conociendo la existencia de esas amicales y de las tropelías que cometían, los países de acogida de la emigración marroquí  las toleraban, sin más.
Afortunadamente, las tornas han cambiado con la llegada del nuevo monarca e incluso muchos de los países que reprochaban a Marruecos la falta de libertad de expresión y la represión sistemática de sus ciudadanos, le han retirado esa etiqueta y ya no contemplan conceder asilo político a un marroquí, por haber desaparecido las causas que lo imponían.
Por eso nos extraña que artistas como Mouad Belghaouat “Al Haqued” así como un grupo de periodistas marroquíes tuvieran que optar por el exilio para esquivar una más que posible privación de libertad. Precisamente en estos tiempos en que pensábamos que lo peor ya ha pasado.
Para el bien de la democracia en Marruecos, la acusación “Atentado contra la integridad nacional” debe de ser muy meditada, porque implica el martirio para el acusado y todo su entorno, sobre todo cuando no se respeta su presunción de inocencia. Implica también un paso atrás en el largo recorrido hacia la plena integración del individuo en el seno de esa sociedad que todos luchamos por mejorar. Implica que nuestros enemigos, que haberlos haylos,  se aprovechen de nuestras debilidades para utilizarlas contra nosotros. No les hagamos el juego.
Dejen en paz a Ali Anuzla, a Hamid Mehdaoui, a Mouad Belghaouat y a todos aquellos que temen por su libertad y han tenido que dejarlo todo.  
Denles una oportunidad, porque nadie sobra en este arduo camino hacia la plena integración en el mundo de la democracia.